Lo mejor que he leído hoy lo publicó el blog de AACC de PLE el 14/10/2012.
Mat y los ruidos
En muchas ocasiones, nos
quedamos en los artículos profesionales, en los de opinión, en los estudios que
analizan uno u otro aspecto de las altas capacidades y dejamos un poco de lado el
día a día que viven los niños y sus familias.
Por eso resulta interesante
traer un testimonio, aunque sea indirecto, de lo que supone escuchar a un niño,
dando igual que sea de altas capacidades o no, pero con resultados mucho más
evidentes en el segundo caso, dadas sus habituales características de
intensidad emocional y sensibilidad en casi todos los planos.
Hace un año, un niño al que
llamaré Mat para preservar su intimidad, y que conocía por primera vez, se
tapaba los oídos con cara de intenso fastidio mientras en un taller de unos
diez niños de altas capacidades el resto jugaban a plastilina. Nadie estaba
gritando, no había un ruido especialmente fuerte ni había motivo aparente para
ese gesto, pero para mí estaba claro que algo nada agradable le estaba ocurriendo.
Le pregunté si quería que le acompañase a salir del allí un rato, al pasillo, y
me dijo que sí. Intuí que tenía una sensibilidad auditiva extrema, con toda la
potencialidad positiva que eso supone, para la música o el canto por ejemplo.
Pero muchos niños de AACC son muy sensibles a nivel auditivo y eso no significa
que vayan a convertirse en un Mozart, sólo que ellos suelen ser así.
Por aquel entonces, Mat iba al
colegio por primera vez y lo estaba pasando realmente mal. Sus padres lo habían
notado de forma evidente. Ante sus sospechas, le hicieron un diagnóstico que
salió positivo en AACC, pero que no logró que el colegio atendiese sus
necesidades ni comprendiese sus diferencias. De forma que ésa y las siguientes
veces que lo vi, Mat mostraba una mirada esquiva, huraña, de niño enfadado,
hablaba poco, en tono bajito y mirando al suelo normalmente. Pese a todos los
intentos que realizaron los padres para que el niño se adaptase al colegio y el
colegio al niño, no resultó. Su carácter iba de mal en peor también en casa,
decía que no quería ir al colegio y hasta llegó a no querer salir de casa. Tenía
una edad en la que la escolarización es voluntaria, así que sus padres decidieron
sacar a su hijo del colegio. A los pocos meses, Mat empezó a mejorar en general,
tanto de humor como en cuanto a ganas de relacionarse con el mundo exterior. Al
sentirse mejor, los padres volvieron a escolarizarlo para probar si había sido
algo puntual, resultando aún peor esa vuelta al colegio. Al poco, decidieron
sacarlo por segunda vez del colegio y no ha vuelto más.
Un año después de aquella
primera vez, lo he vuelto a ver y era otro niño completamente diferente al Mat
que conocí. Me he sentido muy feliz al ver que su mirada ya es brillante, su
tono de voz ya es alegre, su boca no está apretada, sino que sonríe a menudo, sus
hombros ya no están encorvados ni la cabeza baja cuando anda, sus movimientos, su
cara y su cuerpo entero reflejan que ahora vive en la luz, en contraposición a
la oscuridad que vivió cuando iba al colegio. Su vitalidad recobrada, las ganas
de correr alegre y no iracundo, la ternura y el cuidado que ponía al
relacionarse con otros niños más pequeños a los que hace un año ni miraba siquiera
sólo pueden darse cuando se tiene bien nutrido el corazón, y no se pueden dar
cuando a uno le falta la felicidad. Al despedirnos, y porque venía al caso dada
la conversación que tenía con sus padres, Mat hizo el gesto de decirme algo al
oído. Me agaché y me susurró “odio los ruidos”. Me dieron ganas de abrazarlo
bien fuerte (algo que no hice por si se asustaba o se sentía incómodo) y
decirle al oído “sí, lo supe hace un año, cuando te tapabas los oídos y te acompañé
al pasillo para evitar lo que para ti era una tortura”.
Habría que aclarar que este
testimonio indirecto no tiene como objetivo defender la desescolarización. En
este caso resultó que las condiciones que se daban en el colegio eran
claramente incompatibles con las necesidades y características innatas de Mat.
Pero puede tratarse de otras cuestiones. Lo que se pretende es mostrar la
diferencia tan abismal, como de la noche al día, que supone para un niño de
AACC el ser escuchado y atendido en lo que expresa como necesidad, pudiendo
expresarlo simplemente en forma de malestar, enfermedad o infelicidad, aunque
no sepa expresarlo verbalmente.
Y aún se puede hacer un
seguimiento a esta historia. Y es que Mat, aunque no vaya al colegio, se
encuentra otras fuentes de ruido relativamente alto, de aglomeraciones de
personas, situaciones de muchos estímulos a la vez en un espacio relativamente
reducido o del que no puede salir instantáneamente, o de cambios de actividad o
situación con relativa rapidez. Todo eso para él sigue siendo fuente de gran estrés.
Los padres intentan minimizar el impacto de estas experiencias, y están
investigando y probando distintas formas por ver si logran que Mat tolere con
el tiempo el nivel de ruido, aglomeración de personas, cambios o exceso de
estímulos que normalmente otros niños toleran sin aparente molestia. A veces
recurren a los tapones de silicona para los oídos, algo que el niño agradece infinito.
Pero otras veces resulta imprevisible o difícilmente evitable que esos
estímulos estén a su alrededor o que esos cambios ocurran.
Ojalá consigan que Mat se
sienta bien sin que esas cuestiones limiten en alguna medida su vida o sus
experiencias. Se logran muy buenos resultados dando al niño las herramientas
para que pueda prever lo que sucederá: hacer un planing semanal con sus
actividades aunque sea de corta edad, explicarle por la noche lo que haremos al
día siguiente, darle todos los pasos detalladamente de lo que ocurrirá tras
levantarse, o si nos visita alguien o si lo llevamos a algún sitio o actividad
por primera vez. Pero no habría que perder de vista que cuando una persona
tiene una extraordinaria sensibilidad o la capacidad de percibir mucha
información a la vez, como es el caso de Mat, la tiene para lo bueno y para lo
malo. Como aún tiene una corta edad, no podemos afirmar, aunque sí intuir, lo
positivo que resulta y la potencialidad que supone ser tan sensible, pudiendo
ver casi sólo los efectos molestos de esa característica que acompaña a
muchísimos niños de AACC. Eso significa que tal vez sea más práctico aprender a
vivir adaptándose a su especial forma de ser y no intentando adaptar al niño a
la vorágine de mundo hiperestimulante, altamente ruidoso y estresante que
vivimos. Nos puede servir recordar que algunos adultos deciden irse a vivir al
campo o a un entorno más tranquilo y natural. Tal vez sólo respetando las
innatas características del niño, éste pueda ser feliz y procurar felicidad a
muchas personas desarrollándose plenamente.
Por experiencia propia, muchas
personas, tras varias décadas de vivir en este mundo en el que vivimos, no han
conseguido adaptarse y han decidido no intentarlo más. Es cierto que la
experiencia de conciertos en vivo se suele limitar a una y arrepintiéndose de
haberlo intentado, que las horas punta en el metro son una fuente de estrés
importante y lo serán siempre, que difícilmente se asistirá a un partido en
directo de los que llenan el estadio y que incluso las reuniones con amigos en
las que hay más de una conversación paralela son desagradables. Ocurre que
tener que cambiar de planes porque algo se tuerce o porque alguien cambia de
opinión produce un estado de enfado del que cuesta salir a veces el resto del
día. Es cierto que los minutos que preceden al comienzo de la clase en la
universidad se convierten en verdaderas salas de tortura, con una cincuentena
de alumnos hablando a la vez y con la voz alzada. ¿Cómo tienen tantas ganas de
hablar tanto y tan alto tan temprano? ¿No les molesta a ellos? Apenas. Es
cierto que entonces es una bendición matricularse de tardes.
¿Por qué les sucede todo esto?
Su extremada sensibilidad, su capacidad de percibir simultáneamente una
cantidad ingente de estímulos, y por tanto de información, y su necesidad de controlar
el entorno, son las causantes de todas esas sensaciones molestas. Algunos niños
de AACC son capaces de percibir ultrasonidos, así que una clase de 30 niños
gritando en el recreo o al entrar al aula por la mañana es sencillamente
insoportable. Es tanta la información que se puede obtener en una celebración
de cumpleaños que reúna a 20 niños, que es inevitable que surja un estrés importante,
ya que no pueden evitar el escanear, analizar, comparar, concluir, abstraer,
generalizar y comprender la multitud de gestos, miradas, palabras, tonos,
movimientos, actitudes, etc. que pueden suceder en las horas en las que transcurre
el cumpleaños. Y pocas personas imaginarían que la necesidad de control del
entorno de un niño de AACC, le llevará a que, dentro de un estadio de fútbol
atestado, pueda estar más preocupado de qué haría para salir indemne si de
pronto ocurriese un incidente grave que de quién está llevando la pelota hacia
la portería.
Se pretende ejemplificar que
esas características no son disfunciones ni anomalías que necesariamente haya
que normalizar. Los niños de AACC son diferentes, y asumirlo es quizá el paso
más grande que los padres podemos dar por ellos. Luchar contra eso tal vez haga
sentir peor al niño y en realidad puede resultar infructuoso. Cuando se habla
de “adaptación” en el caso de los niños, tal vez en realidad estemos hablando
de forzar procesos que lo único que logran es mermar aquello que traían de
maravilloso en su interior.

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