domingo, 12 de mayo de 2013

Bajo el diente de león: A mis niños les gusta mucho ir a la escuela

Lo mejor que he leído hoy lo publicó el blog Bajo el diente de león. Este blog ya no está activo pero podéis visitar su secuela aquí.


"A mis niños les gusta mucho ir a la escuela y me lo piden"

Frente a esta afirmación, es importante hacerse la siguiente pregunta: ¿Por medio de qué extraño mecanismo un niño elegiría por sí mismo estar encerrado, coaccionado y vigilado durante todo el día? ¿Es posible no estar de acuerdo con esta tesis?

No hay duda de que los adultos y los docentes desean convercerse de ello, pero la voluntad de creerlo cueste lo que cueste, no convierte la situación en realidad. Se trata al contrario de un paso peligroso. Los niños que son obligados a ir a la escuela no tienen elección; además, ignorar que podrían no ir. En este contexto, ¿podemos proclamar que les gusta la escuela?

Entre los padres que escolarizan, ¿cuántos han dicho honestamente a sus hijos que iban a matricularles en un sitio donde se les iba a forzar a obedecer, a aprender, donde no iban a tener libertad de movimientos y de donde no iban a poder salir?

¿No dicen más bien: "Vas a ver, está genial, vas a conocer a un montón de amigos, te vas a divertir y vas a pintar todo lo que quieras"?

¿Se puede sinceramente creer que si los niños conocieran la verdad sobre las condiciones escolares, desearían ir a pesar de todo?

La mentira junto con la presión no permite a los niños expresar realmente lo que sienten. Sufren la presión de los padres, abuelos, pasando por los amigos, los vecinos, los comerciantes del barrio, la televisión, etc. La escuela está por todas partes, es el paso obligatorio. No ir es un gran tabú. Es una situación que en la creencia colectiva engendra soledad, rechazo, miedo a no aprender nada, exclusión. Para nadie fue posible no ir a la escuela, entonces ¿por qué lo sería para los niños?
[...]
Cuántas veces he sido testigo de este tipo de mentira:
" A mi hijo le encanta la escuela, lo pasa muy bien, está contento!, algunos minutos después antes de que su hijo, que acababa de hablar con mis hijos, llegue y diga: "¡Mamá! ¿Sabes qué? ¡No van a la escuela! ¡Qué suerte! ¡Es horrible la escuela! ¿Por qué tengo que ir?" Este ejemplo, además de enseñarnos el gran artificio sobre el amor a la escuela, nos enseña también la ignorancia de los niños en cuanto al hecho de que algunos de sus amigos no van a la escuela. ¿Por qué lo ignoran? ¿Acaso los padres tienen miedo de que les hagan preguntas molestas y de darse cuenta de que este placer de ir a la escuela existe solamente en su imaginación?

¿Placer o resignación?

Un niño que supiese con certeza que puede dormir todo lo que quiera cada mañana, que puede jugar, correr, quedarse quieto, leer, decidir sus actividades, sobre su programa, sus intereses, ¿pediría ir a la escuela? Es una falta de honradez desconcertante. Si no es maltratado en casa, un niño a quien le gusta ir a la escuela ¿no será más bien un niño resignado? Cuando la elección resulta imposible, ¿qué hacer sino resignarse? ¿Rebelarse? ¿Qué sucede a los niños que se rebelan en la escuela?

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